Les iba a contar sobre la restauración de una escalerita de madera que estaba pintada muy fea, sobre cómo la lijé y lijé hasta que salió a la luz la madera original, linda, suave, perfumada... Pero la mente se me fue de viaje a otros lugares, a otro siglo...
No podíamos estar descalzos porque los pies se nos ponían negros con el hollín. La cocina era enorme y había olor a tostadas. Las tazas eran blancas con bordes amarillos, rojos o azules, y el azúcar nos lo servíamos de una azucarera verde de plástico. El agua de la canilla tenía gusto raro, pero a mi mamá le parecía riquísima y se la tomaba con cara de deleite. Mi abuela servía el desayuno envuelta en una bata rosa, sin dejar de ser elegante como una reina.
Ese tipo de imágenes se me vienen a la cabeza cuando pienso por qué le tengo cariño a esta escalerita. Siempre estuvo en la cocina de la casa de mis abuelos paternos, desde que éramos chiquitos y veníamos de visita de Neuquén a Buenos Aires. Me fascinaba, como me fascinó siempre todo lo que había en esa casa, llena de rarezas, de tesoros, de rincones ocultos.
Hace cosa de dos años nos terminamos de despedir de mis abuelos y vaciamos su departamento. Ya les mostré algunas cosas que me traje de ahí, como las mesitas que pinté de colores. Pero eso no fue lo que pedí. Cuando empezó el reparto de cosas entre tíos y primos, mi papá me preguntó "¿hay algo en especial que a vos te interese, así te anoto?" (las cosas que quisieran varias personas, se iban a sortear). Yo dije en seguida "la escalerita de madera de la cocina", y agregué "si nadie más la pidió, claro, si se puede, etc etc". Se me rieron mis papás: "mirá si alguien va a pedir eso, obvio llevátela". Claro, los bienes en disputa eran otros, quizás más valiosos... Lo que nadie consideró, es que para una nena de tres, cuatro o cinco años, esos dos escalones que te permiten estar a la altura de la mesada para ver cómo tu abuela cocina, valen todo el oro del mundo. (después me enteré de que mis hermanos fueron pidiendo otras cosas así, de poco valor monetario pero mucho valor afectivo)
Así fue que me traje la escalerita a casa, más por un tema de cariño que de utilidad, sin sospechar lo imprescindible que me iba a resultar. La uso todo el tiempo para alcanzar las cosas de la alacena. Durante un año y medio estuvo en lista de espera para pasar por la lijadora (esa soy yo), y hace poquito la ataqué.
Ni bien se empezó a desprender la pintura, me di cuenta de que era madera linda. Oscurita, con buen perfume, sin nudos (ni idea de qué árbol). Le di con todo, con lija a mano, con lijadora eléctrica, porque en algunas partes la pintura estaba muy pegada. A pesar del esfuerzo no logré sacarla del todo, quedaron cascaritas de pintura, grietas, clavos a la vista. Pero me gusta su estilo rústico, tosco, teniendo en cuenta que su lugar es la cocina y su función, ser pisada! Finalmente la cubrí con barniz al agua para protegerla y destacar el color de la madera.
Este es el antes y después:
¿Tienen algún mueble pintado o lustrado, que sospechen que abajo tiene muy buena madera? ¿Se animan a lijarlo? Los mejores consejos, ACÁ.
¡Gracias por pasar a visitar!
Vicky